miércoles, 7 de noviembre de 2007

EN SÍNTESIS: APARECIDA, MEJOR DE LO QUE SE ESPERABA

Cada año, cuando se conmemora la muerte de los seis jesuitas y las dos empleadas domésticas asesinados el 16 de noviembre de 1989, en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, en San Salvador, Jon Sobrino le escribe una carta a Ignacio Ellacuría (uno de los jesuitas asesinados y quien era el Rector de la Universidad) contándole cómo va el país en el que murieron y cómo está el mundo. Este año Sobrino ha empezado su carta diciendo: «Querido Ellacu: Varias cosas han ocurrido este año, que me recuerda cuando ustedes estaban aquí. Te hablaré de dos de ellas, que ayudarán en estos días de aniversario. En 1979 fue Puebla y este año ha sido Aparecida. Resultó mejor de lo que se esperaba, y no cerró puertas».

Agrega Sobrino que el lema de la Conferencia «fue bueno: ser seguidores de Jesús con la misión de anunciar al Dios bueno y transformar este mundo injusto y mentiroso en un mundo de justicia y verdad». Lamenta, eso sí, «el manoseo final del documento» y le dice a Ellacuría que eso «fue una verdadera lástima» y le agrega algunos detalles: «En alguna curia, sin el conocimiento de los obispos que lo aprobaron, se retocó el texto, sobre todo cuando se habla de las comunidades de base», con el comentario adicional de que «la democracia no es el fuerte de la Iglesia». Sin dejar de criticar los manoseos de la curia, Sobrino rescata los valores de Aparecida.

Recuerdo ahora que el padre Gustavo Gutiérrez, días después de que Benedicto XVI pronunciara su discurso inaugural, también escribió un comentario positivo, en su caso para celebrar las palabras del Papa y reconocer que la opción preferencial por los pobres había sido un tema central. Y dijo que ese tema, tan fundamental para su teología estaba «planteado y puesto sobre la mesa de la Conferencia de Aparecida» y que sería, «de mucha importancia en la asamblea que acaba de comenzar», como, en efecto, lo fue.

Sobrino y Gutiérrez no han sido los únicos teólogos católicos que han reconocido los aportes de Aparecida; también lo han hecho otros de su misma línea autocrítica y profética, José Comblin, entre ellos. Éste ha dicho que «la Conferencia de Aparecida constituye un acontecimiento inesperado. Nace una nueva conciencia. Los obispos recogieron las aspiraciones de la minoría más sensible a los signos de los tiempos. El documento final constituye un motivo de renovada esperanza para los viejos y ofrece algunas orientaciones bien definidas a los jóvenes». Yo me uno a ellos en su perspectiva esperanzada. Desde mi óptica evangélica tengo varias razones para creer así.

En Aparecida se abrieron nuevas puertas para la cooperación ecuménica; se afirmaron convicciones comunes acerca la misión del pueblo de Dios; se constató la centralidad de las Escrituras como «fuente de vida para la Iglesia y alma de su acción evangelizadora» (DC # 247)1; se profundizó el sentido trinitario de la espiritualidad bíblica; se reconoció la urgencia del discipulado como seguimiento radical del Maestro (DC #282); se renovó la opción preferencial por los pobres; se adquirieron compromisos a favor del nuevo papel de las mujeres, de los laicos, de los indígenas y de los afrodescendientes con miras a la construcción de un Continente con justicia y paz; se aceptó el desafío de trabajar por la integración de los pueblos de América Latina y el Caribe; se asumieron nuevas responsabilidades con el cuidado del medio ambiente, y se construyeron puentes para la reconciliación y la solidaridad.

Muy identificados podríamos sentirnos muchos evangélicos con aquello de que «la naturaleza misma del cristianismo consiste, por lo tanto, en reconocer la presencia de Jesucristo y seguirlo» (DC #244) y que se hace necesario «proponer a los fieles la Palabra de Dios como don del Padre para el encuentro con Jesucristo vivo, camino de auténtica conversión y de renovada comunión y solidaridad». (DC #248)

Volviendo a la carta de Sobrino a Ellacuría, le dice que Aparecida no cerró puertas. Y agrega: «Queda por ver si nosotros pasamos de largo, sin entrar en el edificio, o si, con lucidez y compromiso, las abrimos de par en par». Yo espero que se mantengan abiertas, éstas que se acaban de abrir ahora, y que se abran las que aún siguen cerradas (con teológico hermetismo); nos queda, a nosotros los evangélicos, sostener las pocas que hemos abierto y buscar nuevos alientos para abrir las tantas que mantenemos trancadas (con hermético conservadurismo).
«Son las puertas del Señor, por las que entran los justos». (Sl 118:20)

miércoles, 12 de septiembre de 2007

ECUMENISMO:

Políticamente correcto; pastoralmente incierto


Septiembre 11 de 2007
Por Harold Segura


Hace pocos días se publicó el Documento Conclusivo de Aparecida, ahora en su formato físico (¡no hay como el libro que huele a tinta!). El padre Crisóforo Domínguez (México), nuevo Secretario del Departamento de Comunión y Diálogo del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), tuvo la amabilidad de regalarme una copia, la que me entregó la semana pasada en una breve visita que hice a Bogotá. Confieso que, aunque el Documento ya estaba en su versión electrónica desde hacía más de un mes, me había resistido a leerlo en la pantalla (pertenezco a esa generación que asocia el placer de la lectura al olor del papel y la textura de las hojas). De modo que, ya con el libro en mano, me dispuse a leerlo comenzando por las secciones de mi mayor interés. Después de releer la carta del Papa y de revisar la introducción, me dirigí a la última parte del capítulo quinto (5.5.1), y a las otras secciones donde se encuentran los párrafos del diálogo ecuménico e interreligioso.

No pude evitar hacer el ejercicio —no sin cierta malicia— de conocer las diferencias entre la última versión aprobada por los obispos el último día de la Asamblea y esta versión final. ¡Cómo evitarlo ante las polémicas creadas alrededor de los cambios! Las leí, las revisé, las comparé y, como en las demás secciones, quedó casi todo (me siguen pareciendo exageradas las protestas por los «recortes» al documento. No porque no los haya habido, sino porque los que se hicieron son representativos de las tendencias mayoritarias de los obispos que tuvieron voz y voto). En cuanto al ecumenismo estos son los cambios:


El padre Ronaldo Muñoz (Chile), al comentar estos cambios dice que en Aparecida sí se escuchó a los observadores evangélicos (soy testigo de eso) y que, como fruto de esos diálogos, «se promueve con esperanza el ecumenismo». Agrega Muñoz que las modificaciones que se introdujeron por parte de la Comisión de Redacción —porque ya sabemos que no fue el Papa— reflejan miedo y «preocupación porque la participación católica sea más controlada, incluso por el Vaticano». También estoy de acuerdo con esta apreciación. Es decir, para la Iglesia Católica el ecumenismo es un «camino irrenuenciable» (# 227), siempre y cuando se transite con las debidas precauciones (a veces demasiadas) y se acaten «las normas del Magisterio». Siempre ha sido así. Y esa cautela no tendría nada de infortunada si, en la práctica, no entorpeciera las acciones pastorales ni retardara el testimonio común.


Tantas restricciones (baste ver el Código de Derecho Canónico) explican, en parte, por qué en las últimas décadas los textos acerca del ecumenismo oficial se miden por kilómetros y las acciones ecuménicas (efectivas y concretas) por milímetros. Ejemplo de lo anterior son las relaciones entre católicos y bautistas. La Alianza Mundial Bautista, AMB, y su expresión continental, la Unión Bautista Latinoamericana, UBLA, (organización a la que tuve el honor de representar en Aparecida) han sostenido diálogos formales desde 1984. El Vaticano, por medio del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, y la AMB, por medio de la Comisión de Doctrina y Relaciones Intereclesiales, se han reunido en seis ocasiones: en Berlín Occidental (1984), en Los Ángeles (1985), en Nueva York (1986), en Roma (1987), en Atlanta (1988) y, la última, en diciembre de 2003, en la ciudad de Buenos Aires, en el aúla de docentes del Seminario Internacional Teológico Bautista. En este último encuentro se me concedió el privilegio de participar como uno de los representantes latinoamericanos y de responder la ponencia magistral del Cardenal Walter Kasper (Alemania)1.


En estos encuentros católico-bautistas se han señalado varios puntos de acuerdo teológico; también las infaltables divergencias doctrinales. Se ha afirmado la necesidad del respeto, de la comunión fraterna y del testimonio común. Se ha dicho que «cuando nos esforzamos por vivir como testigos del Evangelio, surgen las coincidencias que nos unen». Pero, a pesar de las declaraciones, poco o nada ha pasado en el campo de los compromisos prácticos. Razones tengo para pensar que la Iglesia Católica, en materia ecuménica, es políticamente correcta, pero pastoralmente incierta. Una cosa son las encíclicas, las exhortaciones apostólicas y las cartas pastorales, y otra diferente los planes pastorales que se suscriben en las Conferencias Episcopales de cada país. No dudo de la importancia que tienen las declaraciones oficiales, pero dudo de la voluntad cristiana para romper las desconfianzas (que son mutuas) y caminar juntos tras la misión. Entre prevenciones eclesiales, pulcritudes doctrinales y recelos históricos nuestro ecumenismo en América Latina y el Caribe trascurre sin mucho qué mostrar. Sobran las conceptualizaciones y falta el testimonio.


Eso fue lo que dije —o quise decir— en una entrevista amable que me hizo Pepe Marmol, de la Organización Católica Latinoamericana y Caribeña de Comunicación (OCLACC) 2, segundos después de la foto oficial con todos los obispos (el lunes 28 de mayo, en Aparecida, inmediatamente después de la misa). Estaba haciendo frío; Pepe «me disparó» dos o tres preguntas, y yo, para defenderme —del frío y de la mirada incisiva del periodista—, dí una respuesta que sirvió para este titular: «Falta compromiso ecuménico para la misión». En ese momento ya se había aprobado la penúltima versión del Documento Final y se conocía el tenor de los párrafos ecuménicos. Había motivos para la celebración, tanto por el contenido como por la extensión de esa sección (# 227-234): tres páginas dedicadas al tema. En fin, no faltaba agregar más al texto aprobado; lo que faltaba es lo que ha faltado siempre: actitud ecuménica para arriesgarnos a servir juntos y dar testimonio del Jesús al que seguimos.


Lo escrito, escrito está… y en Aparecida bien escrito está. «No hay que hacer más que una cosa», enseñaba el insigne Cardenal Yves Congar (1904-1995), «ser fieles, trabajar con todas las fuerzas dentro de la fuerza misma de Su gracia. Él sabe ya el resultado».3 Eso es lo que hace falta: trabajar con todas las fuerzas. ¿Lo haremos?

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1 Los otros representantes latinaomericanos fueron: Nancy Bedford (Argentina), Josué Fonseca (Chile), Amparo de Medina (Colombia), Raúl Scialabba (Argentina), Paul Eustache (Venezuela), Alberto Prokopchuk (Argentina), Nilton do Amaral Fannini (Brasil), Tomas Mackey (Argentina) y Carlos Villanueva (Argentina).
2 http://www.oclacc.org/index.php?id_seccion=41&id_noticia=3145
3 Yves M. J. Congar, Iniciación al ecumenismo, Editorial Herder, Barcelona, 1985, p. 49.

sábado, 25 de agosto de 2007

EL DOCUMENTO DE APARECIDA, ¿DESAPARECIÓ?

San José, Agosto 25 de 2007
Los reclamos que se esperaban han llegado. Dicen que el documento final, es decir, la cuarta versión acordada el último día de la Quinta Conferencia (el jueves 31 de mayo antes del almuerzo) no es la misma que aprobó el Papa Benedicto XVI. Uno de los reclamos más sentidos proviene de las Comunidades Eclesiales de Base (CEB). Opina un grupo de sus representantes reunidos en Santo Domingo que no se trata apenas de cambios en el documento, sino de "un cambio del documento". En un comunicado dirigido a los Obispos de América Latina y El Caribe dicen: "Nos entristece que el trabajo hecho por ustedes en Aparecida haya sido atropellado. Eso afecta el conjunto de la Iglesia Latinoamericana y Caribeña y, de modo especial, a las Comunidades Eclesiales de Base, anulando su identidad eclesial y su originalidad".

En lo que atañe a las CEB, la cuarta versión reconocía (#193) que "En la experiencia eclesial de América Latina y El Caribe, las Comunidades Eclesiales de Base con frecuencia han sido verdaderas escuelas que forman discípulos y misioneros del Señor". También que estaban "Arraigadas en el corazón del mundo", que eran "espacios privilegiados para la vivencia comunitaria de la fe, manantiales de fraternidad y de solidaridad, alternativa a la sociedad actual fundada en el egoísmo y en la competencia despiadada". Y no sólo se hacía este reconocimiento de su significado eclesial; también se hacía el siguiente compromiso (# 194): "Queremos decididamente reafirmar y dar nuevo impulso a la vida y misión profética y santificadora de las CEB, en el seguimiento misionero de Jesús. Ellas han sido una de las grandes manifestaciones del Espíritu en la Iglesia de América Latina y El Caribe después del Vaticano II".

Pero en el Documento Conclusivo (autorizado por el Papa el 29 de julio), aunque dedica varios números a las CEB, no usa el mismo tono afirmativo; por el contrario, alegan sus representantes, "se ha modificado la expresión de estima y la declaración de apoyo que Ustedes nos manifestaron... transformándose en advertencias y amonestaciones... ignorando el proceso de los últimos 25 años". Tenemos, entonces, que la celebración se convirtió en amonestación y la promoción en advertencia.

Uno de los más agudos críticos de este cambio de redacción es el sacerdote argentino Eduardo de la Serna. Al padre Eduardo tuve el gusto de conocerlo en Aparecida y de intercambiar algunas palabras con él en dos o tres ocasiones. Persona amable. Él formó parte del Grupo Amerindia, que ofreció asesoría teológica a varios obispos. Por esos día yo no sabía que este presbítero de la Diócesis de Quilmes era una de "las piedras en el zapato" de la Conferencia Episcopal Argentina y un avezado defensor de los movimientos eclesiales comprometidos con los sectores más pobres, además de primo lejano del emblemático Ernesto "Che" Guevara. De la Serna le ha escrito al ex-presidente del CELAM, Cardenal Francisco Javier Errázuriz acusándolo de "abuso de poder" y solicitándole "que los obispos pidan al Santo Padre la restitución de los textos como fueron emitidos desde Aparecida, salvo las evidentes correcciones de estilo".

El reglamento que recibimos los participantes el primer día de la Conferencia era claro en señalar que el Documento no sería oficial hasta cuando el Papa autorizará la versión conclusiva. Sobre este asunto nunca hubo dudas. Pero ahora se dice ---y esto es lo que ha generado más reclamos--- que los cambios no los hizo el Vaticano, sino la Comisión de Redacción junto con la Presidencia de la Conferencia. Todo parece indicar que así fue. Benedicto XVI leyó el documento y lo autorizó, sin más. De modo que no fue allá donde ocurrió "la transmutación" sino aquí. "No hay cuña que más apriete que la de su propio palo", decía mi abuela María.

Además de los obvios cambios de redacción y de estilo hay cuarenta párrafos alterados, según el detallado registro del teólogo chileno Ronaldo Muñoz (también integrante del Grupo Amerindia y asesor en Aparecida). Dice el padre Muñoz "A veces, el cambio consiste en una censura (se elimina una palabra o una frase, o una parte más larga del párrafo en cuestión). Otras veces, es una interpolación (se intercala algo ajeno al original). O bien, consiste en ambas cosas a la vez (se reemplaza una cosa por otra)".

Pero, padre Rolando (desde aquí mi saludo y el cariño de siempre), con el respeto que le tengo a usted y a los demás católicos y católicas que se han sumado al reclamo (además de respeto, tengo pública simpatía), permítame opinar que si esos cambios que se hicieron "a última hora" fueran considerados de nuevo por el plenario de los obispos, ellos los aprobarían con aplausos. Ese documento "adulterado" sí representa, y muy bien, a la mayoría de los obispos que tuvieron voz y voto en la Conferencia. De eso no me queda la menor duda.

Aunque ni usted ni nuestros amigos y amigas de Amerindia participaron en las deliberaciones (cuánto me hubiera gustado verlos en ellas), conocen muy bien la orientación pastoral y teológica de los obispos que estuvieron en la Asamblea. Sus reclamos (aceptables, válidos y ciertos) son los reclamos de "otra Iglesia", la que denuncia sin mirajes las falacias del neoliberalismo, la que dialoga ecuménicamente sin tantas reservas, la que lee la realidad desde la óptica de los más pobres, la que celebra la cristología de Sobrino sin que le importe las notificaciones del Cardenal Levada, la que lee la Biblia en las comunidades atendiendo a lo que ella dice antes que a lo que ha dicho el Magisterio, la que sigue soñando con Medellín (1968) y teniendo pesadillas con Aparecida; la que no entró a las sesiones de Aparecida (no olvidemos que entró la cúpula eclesiástica) pero que ahora reclama por lo que desapareció.

Lo que desapareció, nunca estuvo (por lo menos en el corazón de todos los obispos), o estuvo por un momento (habría que hacer el análisis comparativo de las cinco versiones del documento para darse cuenta de esto). Más del 85% del documento quedó intacto. Esto también es cierto y debe decirse. Y sobre la base de lo que sí apareció hay esperanza para seguir caminando juntos y para celebrar la fe común que nos ha unido. "De la esperanza vive el cautivo", decía mi abuelo Joaquín.

Harold

jueves, 9 de agosto de 2007

!NO SOY ECUMÉNICO!, por favor, no me ofendan

En junio del 2006 se celebró en Buenos Aires, para más señas, en el centro cultural más importante de la ciudad, el Luna Park, un encuentro de la Comunión Renovada de Evangélicos y Católicos en el Espíritu Santo, CRECES. Encuentros como estos son cada vez más comunes, en los que católicos y católicas del movimiento carismático, se reúnen en un mismo lugar con evangélicos y evangélicas pentecostales para celebrar su experiencia de fe. Cantan, oran, predican, danzan y celebran con alborozo la dicha del Espíritu. Allí no valen las prevenciones de los obispos ni las advertencias de los pastores. Se reúnen, y punto; con o sin los obispos, con o sin los pastores.

Lo nuevo en esa ocasión fue la presencia de Marcos Witt, el conocido músico cristiano. Cantó y encantó. Era fácil ganarse la simpatía de un auditorio repleto de entusiasmo. Siete mil personas estuvieron aquella noche, incluso el cardenal Jorge Bergoglio, de Buenos Aires, quien recibió de rodillas la bendición de los presentes. El inconveniente vino después y fue para el músico mexicano cuando un periodista chileno escribió un artículo con el título "Marcos Witt y el ecumenismo: Quiero caminar por esta vereda diferente" (a mí, la última frase me suena a bolero cubano). El periodista "culpó" a Witt de ecuménico, y éste contraatacó diciendo que la noticia era amarillista. En la carta de respuesta escribió que se había cometido un grave error al anunciar que había cambiado de "rumbo ministerial hacia un ecumenismo eclesiástico, cosa que no puede ser más lejos de la verdad". Y añadió: "soy cristiano, evangélico y firme seguidor de Jesucristo. El hecho de que alguien cuestione eso no es solamente ilógico, sino ofensivo”.

Me pregunto, ¿será que Witt no sabe lo que significa ser ecuménico? Parece que no, porque miren ustedes como usa la palabra ecumenismo como antónimo de cristiano y de seguidor de Jesús. Es seguro que no conoce lo que eso significa puesto que se siente ofendido con el calificativo y aclara que sólo quiso "actuar con respeto y apelando al diálogo y a la comprensión".

Pero seamos sinceros. La mayoría de evangélicos y evangélicas —por lo menos por estas tierras de Colón— huyen, se asustan y les produce pánico paralizante la palabreja "ecumenismo". Es cierto. En años pasados ser ecuménico era sinónimo de ser comunista (y esta última palabra no sólo produjo susto, sino que condujo a la persecución y a la “caza de herejes”); después pasó a significar ser teólogo de la liberación (aunque la verdad es que muchos de ellos no fueron los más ecuménicos); ahora resulta que significa ser un traidor a la causa Jesús y dejar de ser “embajador evangélico del Cuerpo de Cristo”.

Mi vieja profesora de castellano nos enseñaba la diferencia entre significado y significante. Decía ella que el significante es el contenido semántico de la palabra y lo que de ella se dice en el diccionario, y el significado la representación psíquica que produce el mismo término. Para nuestro caso, una cosa es lo que el diccionario dice acerca del ecumenismo (significante) y otra la que nos produce la palabra ecumenismo (significado) en el lenguaje corriente de nuestras iglesias. Veamos: el origen de la palabra ecumenismo proviene del griego oikoumene que significa “habitar”. Es, en su sentido literal, “la tierra habitada”. Está relacionada con una forma de concepción del mundo de manera amplia, universal, donde hay un lugar para que todos. En su sentido de “tierra habitada” se usa en el Salmo 24:1, en Lucas 4:5, en Hechos 11:28 y en Romanos 10:18, entre otros. En la tradición cristiana, de manera particular desde comienzos del siglo pasado, el ecumenismo designa las relaciones amistosas entre las diferentes Iglesias, la comunión fraternal entre los cristianos y cristianas y la búsqueda de caminos comunes para servir al mundo en el nombre de Jesús. Hasta aquí el significante; pero es diferente “la representación psíquica” que produce el término —¡que nos ayude Freud!—.

Reconozco que el término, en su significado, es ambiguo y resbaloso. Con razón cayó Marcos Witt (“cualquiera resbala y cae”). Dijo que no era ecuménico (lo fue por una noche), que eso lo ofendía, pero al mismo tiempo expresó que quería ser respetuoso, dialogante y comprensivo. Es decir, quiere ser ecuménico (desconozco con qué profundidad y por cuántas noches), pero sin que lo llamen ecuménico. ¡He ahí el embrollo!. Y yo, para mis adentro, pienso: me quedo con quienes de corazón quieran ser abiertos, generosos, se atrevan a dialogar y se arriesguen a trabajar juntos, aunque se ofendan cuando los llamen ecuménicos. Digo que prefiero a estos sobre algunos que por años han pedido que los llamemos ecuménicos (y hasta se ofenden cuando se les llama evangélicos), pero que en la vida diaria han dado muestras de estrechez y de falta de diálogo; los que en la práctica han hecho del ecumenismo una muralla de puerta cerrada con territorios propios para sus luchas de poder.

“Cuídese, Harold”, me decía un obispo en Aparecida, Brasil. “Entre nosotros hay muchos que se llaman ecuménicos, pero no lo son”. “Ya lo se, Monseñor”, le respondí, “es igual entre los nuestros”.

De los que se llaman ecuménicos sin serlo, ¡Líbranos, Señor! que de los que quieren serlo, aunque no les guste que les digan lo son, me libro yo. Líbrame, Señor, de los significados insignificantes. Ayúdame a trabajar con todos por los insignificantes del mundo. Amén.

Harold

jueves, 19 de julio de 2007

UN AMIGO SERÁ SIEMPRE UN HERMANO

Ayer en la tarde tuve el gusto de visitar en su despacho de la Conferencia Episcopal de Costa Rica a su Presidente, Monseñor José Francisco Ulloa, Obispo Diocesano de Cartago. Fue muy amable; tanto como lo fueron los demás Obispos durante las tres semanas en Aparecida, Brasil. Sea este el momento para reconocer la generosidad con la que nos trataron a los observadores evangélicos.

Al Obispo lo encontré el sábado pasado en el aeropuerto de Panamá cuando él regresaba de La Habana después de concluir la XXXI Asamblea del CELAM, y yo de Curitiba, Brasil, de una reunión de trabajo. Monseñor Ulloa venía acompañado del Obispo de Puntarenas, Fernández Guillen. Yo venía con mi esposa. En esto de quién acompaña a quien también se notan las diferencias confesionales entre los pastores católicos y nosotros los pastores evangélicos. El celibato nos diferencia desde 1139 cuando el Papa Inocencio II decretó el celibato obligatorio para todos los sacerdotes, Claro, este tema no fue precisamente el que escogimos para conversar.

Hablamos de la Conferencia de Aparecida (experiencia grata para ambos), de Visión Mundial Internacional y de mi responsabilidad con ella (coincidimos en la necesidad de trabajar a favor de los más pobres) y del reciente documento de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (con el cual, como es de suponer, diferimos). En la lógica doctrinal de un prelado católico no puede haber más que lealtad al Magisterio de su Iglesia y apego a sus doctrinas. La Iglesia es la Iglesia y sólo resta la esperanza de que las comunidades eclesiásticas un día vuelvan a ella, cual ovejas descarriadas al redil (el conocido ecumenismo de retorno). Él no lo expresó en esos términos (la conversación fue muy cordial y amistosa), pero lo que dijo era suficiente para que se captara el mensaje.

Pero esto no fue lo más importante de nuestro encuentro; sólo lo reseño por la actualidad del tema. Lo que en realidad importó fue la acogida generosa que me ofreció Monseñor Ulloa. Es una persona cálida y sincera. Me regaló el libro "La palabra social de los Obispos costarricenses (1893-2006)", yo le entregué mi "Más allá de la utopía. Liderazgo de servicio y espiritualidad cristiana". Me dijo que lo leería. Le prometí lo mismo con su obsequio. Nos animamos a seguir hablando de cómo promover la unidad en las diferencias y considerar vías de cooperación para trabajar por los más pobres de Costa Rica. !Razones hubo para salir agradecido! La unidad entre los hermanos es más fácil cuando existe la calidez de los amigos; allí donde las doctrinas distancian y condenan, el factor humano acerca y redime. Recuerdo ahora a Demetrio de Falera (siglo III AC) quien decía que "un hermano puede no ser un amigo, pero un amigo será siempre un hermano". Así es.

Harold

domingo, 15 de julio de 2007

¿ECUMENISMO A PESAR DE TODO?

Los antiecuménicos de siempre y los antiecuménicos de ahora (que eran los ecuménicos de antes) se han unido en estos días para exponer, como trofeo de caza, los titulares publicados por los medios de comunicación a raíz del documento vaticano en el que se ratifica la antigua doctrina de que la Iglesia Católica es la Iglesia de Cristo. Alegan que ahora sí hay razones para suspender todo indicio de cooperación. Dicen que ahí está lo que faltaba para silenciar el diálogo y no hablar más de la Unidad.

Vayamos por partes. El Cardenal William Levada, Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, firmó el pasado 29 de junio un documento titulado "Respuestas a cuestiones relativas a algunos aspectos de la doctrina sobre la Iglesia" en el que se reafirma que Cristo "ha constituido en la tierra una sola Iglesia"; que "solamente en ella han permanecido todos los elementos instituidos por Cristo mismo", y que ella "es la única Iglesia de Cristo". Según el documento, a las Comunidades cristianas nacidas de la Reforma del siglo XVI no se les debe conceder el título de "Iglesia" puesto que "no tienen sucesión apostólica mediante el sacramento del Orden" y "no han conservado la auténtica e íntegra sustancia del Misterio eucarístico". En consecuencia, las comunidades evangélicas son comunidades cristianas, pero no Iglesias.

Se recuerda también que a las Iglesias Orientales sí se les llama "Iglesias". Ellas "tienen verdaderos sacramentos", "sucesión apostólica", "sacerdocio", y "Eucaristía". Por lo tanto, desde el Concilio Vaticano II "merecen el título de Iglesias particulares o locales, y son llamadas Iglesias hermanas de las Iglesias particulares católicas".

Si se me permite explicar el tema usando el argot futbolístico de estos días diré, entonces, que hay unas Iglesias que clasifican, otras que no entran ni "a los octavos de final" y una que se gana la Copa. Además, la que se gana la Copa, se la gana siempre y es, además, la que organiza el campeonato. Las comunidades evangélicas no entran a la final ni "por el sistema de repechaje", ni tienen derecho a "tiempo extra", ni mucho menos a tiros desde el punto penal (ya lo tuvieron en el siglo XVI y Lutero no quiso cobrarlos). No clasificaron por dictamen del árbitro (que, dicho sea de paso es el Director Técnico del equipo que siempre gana la Copa). Las Iglesias Orientales, por su parte, sí "pasaron"; jugaron la final y aunque la perdieron por varios goles en contra se llevaron un decoroso segundo lugar y merecen (es asunto de méritos) una Copa para alentar a sus seguidores. Por estos lados del fútbol ¿no será que comprendemos mejor los intríngulis de nuestras eclesiologías y se nos hacen menos amargas sus sentencias? No lo sé.

Entonces, una sola es la Iglesia (lo cual no es noticia nueva; ya nos lo habían recordado en la Dominus Iesus), algunas son Iglesias hermanas y otras Comunidades cristianas. El Cardenal Levada (el mismo de la Notificación en contra del padre Jon Sobrino), con la anuencia del Papa Benedicto XVI (su inmediato antecesor en la Sagrada Congregación), decidieron publicar estas respuestas con el ánimo de enseñar a los católicos y católicas que no hay por qué pensar que el Concilio Vaticano II se retractó de la doctrina de la Iglesia. Levada escribe para aclarar el "significado auténtico de algunas expresiones eclesiológicas que corren el peligro de ser tergiversadas en la discusión teológica". Y es bien sabido que muchos teólogos y teólogas católicos, inconformes con las declaraciones de su Magisterio, han procurado una hermenéutica más abierta para demostrar que el Vaticano II si fue más inclusivo y respetuoso con las demás expresiones de la fe cristiana. A estos es a quienes se les advierte ahora no seguir tergiversando la eclesiología.

Concuerdo con que estas declaraciones son inoportunas, impertinentes y lamentables (para algunos, fastidiosas). Estoy de acuerdo y acompaño ciertas voces de indignación, como las del Rev. Israel Batista, Secretario General del Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI), también las emitidas por la Federación de Iglesias Evangélicas de España (FEREDE) y las de Georges Lemopoulos, Secretario Adjunto del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), entre muchas otras. También expreso mi solidaridad con centenares de católicos y católicas que han protestado contra el documento; estos son los que más sufren los desaciertos del Vaticano. Pero, así como concuerdo con los ofendidos (evangélicos) y me uno al lamento de los afectados (católicos), me pregunto: ¿Acaso no tiene cada fe el legítimo derecho a sus errores? y ¿quién ha dicho que los errores de unos deben ser recibidos como verdades para todos? Y ¿por qué ahora algunos evangélicos reaccionan como si su acreditación eclesiológica dependiera del magisterio católico? Y también me pregunto, ¿qué si la Iglesia Católica decidiera tomarse tan a pecho todas las descalificaciones y las ofensas teológicas —eclesiológicas, escatológicas, soteriológicas, pnumatológicas y otras tantas “ilógicas”— que se le han propinado por parte de muchas iglesias evangélicas? Porque, la verdad sea dicha: cuando algunos sectores evangélicos se refieren a la Iglesia Católica, lo hacen con una virulencia inusitada. Algunos improperios hacia el catolicismo no son nada comparables a los académicos y formales términos de exclusión que usa la Sagrada Congregación para las Comunidades cristianas nacidas de la Reforma.

Si la Iglesia Católica reafirma que ella es la única Iglesia de Cristo y que los evangélicos no somos Iglesia, entonces quienes se deben preocupar (y ya lo están) son los mismos católicos y católicas. Es suya la Sagrada Congregación, es suyo el Cardenal Levada y suyo el Concilio de Trento y el Vaticano I (porque el Vaticano II es de todos). Una religiosa a quien aprecio y respeto me escribió en estos días diciendo: "Harold… yo no sé lo que pasa en el Vaticano... cuando creíamos que podíamos esperar vientos mejores, todo vuelve a lo antiguo, lo cerrado y lo autosuficiente". Y un laico católico compañero de Visión Mundial me escribió: "Harold, no comparto la declaración", y agrega que "este centralismo de Roma" es preocupante; lo califica de "poder arrogante".

Por eso, hoy me alarmo tanto por las acciones de la Iglesia Católica (en mi opinión inoportunas) como por las reacciones evangélicas (en mi opinión desentonadas). No se cuál de las dos es peor. Algunos evangélicos piden que nos levantemos y le digamos al mundo que somos auténtica Iglesia de Cristo. Y además, que dejemos todo intento de diálogo y no busquemos cooperar con quienes no reconocen ese auténtico carácter eclesial. ¡Como si el peregrinaje ecuménico a favor de la vida dependiera de este acuerdo! José Míguez Bonino, patriarca evangélico en la caminata ecuménica, se refería hace ya varios años a la necesaria "variedad en tensión" que nos condujera a una pastoral que tuviera en cuenta "los mecanismos normales de resolución... de conflictos" (1992). Sabia lección para atemperar las reacciones.

Entonces, ¿ecumenismo a pesar de todo? No; de ninguna manera. No creo que a pesar de todo, y mucho menos que se haga a cualquier precio, pero sí a pesar de estas diferencias doctrinales (muy antiguas, por cierto) a las cuales cada confesión tiene derecho. Afirmo la urgencia de un ecumenismo orientado a la vida (ecumenismo de misión), al servicio de las personas más necesitadas del mundo, comprometido con la paz y la justicia, dispuesto a dar testimonio del amor de Dios en el mundo. Y a mí, como al conocido teólogo belga George Casalis, "El futuro del ecumenismo no me interesa en lo más mínimo, si no lleva a pensar en primer lugar, en el futuro del ser humano y a trabajar a favor de ese futuro". Y es precisamente ese futuro el que está en peligro; no por las impertinencias de nuestras eclesiologías imperfectas, sino por las inclemencias de la exclusión social, la pobreza, la injusticia, el dolor y la muerte.

¿Podremos trabajar juntos en bien de la vida? El documento conclusivo de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, reunida en Aparecida, dijo que eso era posible y, además, un camino irrenunciable: “La comprensión y la práctica de la eclesiología de comunión nos conduce al diálogo ecuménico. La relación con los hermanos y hermanas bautizados de otras iglesias y comunidades eclesiales es un camino irrenunciable para el discípulo y misionero” (#227). Y yo, prefiero por ahora, aguardar con esperanza que esto se cumpla. Soy dueño de mi esperanza —terca, pero no ingenua— como otros de su fatiga y muchos de sus contradicciones.

lunes, 4 de junio de 2007

6 de junio: Chat con Harold Segura


El próximo miércoles (6 de junio) a las 22:00 horas (hora española) Harold Segura mantendrá un diálogo en torno al CELAM en LUPACHAT. ¡Regístrate ahora mismo!