sábado, 25 de agosto de 2007

EL DOCUMENTO DE APARECIDA, ¿DESAPARECIÓ?

San José, Agosto 25 de 2007
Los reclamos que se esperaban han llegado. Dicen que el documento final, es decir, la cuarta versión acordada el último día de la Quinta Conferencia (el jueves 31 de mayo antes del almuerzo) no es la misma que aprobó el Papa Benedicto XVI. Uno de los reclamos más sentidos proviene de las Comunidades Eclesiales de Base (CEB). Opina un grupo de sus representantes reunidos en Santo Domingo que no se trata apenas de cambios en el documento, sino de "un cambio del documento". En un comunicado dirigido a los Obispos de América Latina y El Caribe dicen: "Nos entristece que el trabajo hecho por ustedes en Aparecida haya sido atropellado. Eso afecta el conjunto de la Iglesia Latinoamericana y Caribeña y, de modo especial, a las Comunidades Eclesiales de Base, anulando su identidad eclesial y su originalidad".

En lo que atañe a las CEB, la cuarta versión reconocía (#193) que "En la experiencia eclesial de América Latina y El Caribe, las Comunidades Eclesiales de Base con frecuencia han sido verdaderas escuelas que forman discípulos y misioneros del Señor". También que estaban "Arraigadas en el corazón del mundo", que eran "espacios privilegiados para la vivencia comunitaria de la fe, manantiales de fraternidad y de solidaridad, alternativa a la sociedad actual fundada en el egoísmo y en la competencia despiadada". Y no sólo se hacía este reconocimiento de su significado eclesial; también se hacía el siguiente compromiso (# 194): "Queremos decididamente reafirmar y dar nuevo impulso a la vida y misión profética y santificadora de las CEB, en el seguimiento misionero de Jesús. Ellas han sido una de las grandes manifestaciones del Espíritu en la Iglesia de América Latina y El Caribe después del Vaticano II".

Pero en el Documento Conclusivo (autorizado por el Papa el 29 de julio), aunque dedica varios números a las CEB, no usa el mismo tono afirmativo; por el contrario, alegan sus representantes, "se ha modificado la expresión de estima y la declaración de apoyo que Ustedes nos manifestaron... transformándose en advertencias y amonestaciones... ignorando el proceso de los últimos 25 años". Tenemos, entonces, que la celebración se convirtió en amonestación y la promoción en advertencia.

Uno de los más agudos críticos de este cambio de redacción es el sacerdote argentino Eduardo de la Serna. Al padre Eduardo tuve el gusto de conocerlo en Aparecida y de intercambiar algunas palabras con él en dos o tres ocasiones. Persona amable. Él formó parte del Grupo Amerindia, que ofreció asesoría teológica a varios obispos. Por esos día yo no sabía que este presbítero de la Diócesis de Quilmes era una de "las piedras en el zapato" de la Conferencia Episcopal Argentina y un avezado defensor de los movimientos eclesiales comprometidos con los sectores más pobres, además de primo lejano del emblemático Ernesto "Che" Guevara. De la Serna le ha escrito al ex-presidente del CELAM, Cardenal Francisco Javier Errázuriz acusándolo de "abuso de poder" y solicitándole "que los obispos pidan al Santo Padre la restitución de los textos como fueron emitidos desde Aparecida, salvo las evidentes correcciones de estilo".

El reglamento que recibimos los participantes el primer día de la Conferencia era claro en señalar que el Documento no sería oficial hasta cuando el Papa autorizará la versión conclusiva. Sobre este asunto nunca hubo dudas. Pero ahora se dice ---y esto es lo que ha generado más reclamos--- que los cambios no los hizo el Vaticano, sino la Comisión de Redacción junto con la Presidencia de la Conferencia. Todo parece indicar que así fue. Benedicto XVI leyó el documento y lo autorizó, sin más. De modo que no fue allá donde ocurrió "la transmutación" sino aquí. "No hay cuña que más apriete que la de su propio palo", decía mi abuela María.

Además de los obvios cambios de redacción y de estilo hay cuarenta párrafos alterados, según el detallado registro del teólogo chileno Ronaldo Muñoz (también integrante del Grupo Amerindia y asesor en Aparecida). Dice el padre Muñoz "A veces, el cambio consiste en una censura (se elimina una palabra o una frase, o una parte más larga del párrafo en cuestión). Otras veces, es una interpolación (se intercala algo ajeno al original). O bien, consiste en ambas cosas a la vez (se reemplaza una cosa por otra)".

Pero, padre Rolando (desde aquí mi saludo y el cariño de siempre), con el respeto que le tengo a usted y a los demás católicos y católicas que se han sumado al reclamo (además de respeto, tengo pública simpatía), permítame opinar que si esos cambios que se hicieron "a última hora" fueran considerados de nuevo por el plenario de los obispos, ellos los aprobarían con aplausos. Ese documento "adulterado" sí representa, y muy bien, a la mayoría de los obispos que tuvieron voz y voto en la Conferencia. De eso no me queda la menor duda.

Aunque ni usted ni nuestros amigos y amigas de Amerindia participaron en las deliberaciones (cuánto me hubiera gustado verlos en ellas), conocen muy bien la orientación pastoral y teológica de los obispos que estuvieron en la Asamblea. Sus reclamos (aceptables, válidos y ciertos) son los reclamos de "otra Iglesia", la que denuncia sin mirajes las falacias del neoliberalismo, la que dialoga ecuménicamente sin tantas reservas, la que lee la realidad desde la óptica de los más pobres, la que celebra la cristología de Sobrino sin que le importe las notificaciones del Cardenal Levada, la que lee la Biblia en las comunidades atendiendo a lo que ella dice antes que a lo que ha dicho el Magisterio, la que sigue soñando con Medellín (1968) y teniendo pesadillas con Aparecida; la que no entró a las sesiones de Aparecida (no olvidemos que entró la cúpula eclesiástica) pero que ahora reclama por lo que desapareció.

Lo que desapareció, nunca estuvo (por lo menos en el corazón de todos los obispos), o estuvo por un momento (habría que hacer el análisis comparativo de las cinco versiones del documento para darse cuenta de esto). Más del 85% del documento quedó intacto. Esto también es cierto y debe decirse. Y sobre la base de lo que sí apareció hay esperanza para seguir caminando juntos y para celebrar la fe común que nos ha unido. "De la esperanza vive el cautivo", decía mi abuelo Joaquín.

Harold

jueves, 9 de agosto de 2007

!NO SOY ECUMÉNICO!, por favor, no me ofendan

En junio del 2006 se celebró en Buenos Aires, para más señas, en el centro cultural más importante de la ciudad, el Luna Park, un encuentro de la Comunión Renovada de Evangélicos y Católicos en el Espíritu Santo, CRECES. Encuentros como estos son cada vez más comunes, en los que católicos y católicas del movimiento carismático, se reúnen en un mismo lugar con evangélicos y evangélicas pentecostales para celebrar su experiencia de fe. Cantan, oran, predican, danzan y celebran con alborozo la dicha del Espíritu. Allí no valen las prevenciones de los obispos ni las advertencias de los pastores. Se reúnen, y punto; con o sin los obispos, con o sin los pastores.

Lo nuevo en esa ocasión fue la presencia de Marcos Witt, el conocido músico cristiano. Cantó y encantó. Era fácil ganarse la simpatía de un auditorio repleto de entusiasmo. Siete mil personas estuvieron aquella noche, incluso el cardenal Jorge Bergoglio, de Buenos Aires, quien recibió de rodillas la bendición de los presentes. El inconveniente vino después y fue para el músico mexicano cuando un periodista chileno escribió un artículo con el título "Marcos Witt y el ecumenismo: Quiero caminar por esta vereda diferente" (a mí, la última frase me suena a bolero cubano). El periodista "culpó" a Witt de ecuménico, y éste contraatacó diciendo que la noticia era amarillista. En la carta de respuesta escribió que se había cometido un grave error al anunciar que había cambiado de "rumbo ministerial hacia un ecumenismo eclesiástico, cosa que no puede ser más lejos de la verdad". Y añadió: "soy cristiano, evangélico y firme seguidor de Jesucristo. El hecho de que alguien cuestione eso no es solamente ilógico, sino ofensivo”.

Me pregunto, ¿será que Witt no sabe lo que significa ser ecuménico? Parece que no, porque miren ustedes como usa la palabra ecumenismo como antónimo de cristiano y de seguidor de Jesús. Es seguro que no conoce lo que eso significa puesto que se siente ofendido con el calificativo y aclara que sólo quiso "actuar con respeto y apelando al diálogo y a la comprensión".

Pero seamos sinceros. La mayoría de evangélicos y evangélicas —por lo menos por estas tierras de Colón— huyen, se asustan y les produce pánico paralizante la palabreja "ecumenismo". Es cierto. En años pasados ser ecuménico era sinónimo de ser comunista (y esta última palabra no sólo produjo susto, sino que condujo a la persecución y a la “caza de herejes”); después pasó a significar ser teólogo de la liberación (aunque la verdad es que muchos de ellos no fueron los más ecuménicos); ahora resulta que significa ser un traidor a la causa Jesús y dejar de ser “embajador evangélico del Cuerpo de Cristo”.

Mi vieja profesora de castellano nos enseñaba la diferencia entre significado y significante. Decía ella que el significante es el contenido semántico de la palabra y lo que de ella se dice en el diccionario, y el significado la representación psíquica que produce el mismo término. Para nuestro caso, una cosa es lo que el diccionario dice acerca del ecumenismo (significante) y otra la que nos produce la palabra ecumenismo (significado) en el lenguaje corriente de nuestras iglesias. Veamos: el origen de la palabra ecumenismo proviene del griego oikoumene que significa “habitar”. Es, en su sentido literal, “la tierra habitada”. Está relacionada con una forma de concepción del mundo de manera amplia, universal, donde hay un lugar para que todos. En su sentido de “tierra habitada” se usa en el Salmo 24:1, en Lucas 4:5, en Hechos 11:28 y en Romanos 10:18, entre otros. En la tradición cristiana, de manera particular desde comienzos del siglo pasado, el ecumenismo designa las relaciones amistosas entre las diferentes Iglesias, la comunión fraternal entre los cristianos y cristianas y la búsqueda de caminos comunes para servir al mundo en el nombre de Jesús. Hasta aquí el significante; pero es diferente “la representación psíquica” que produce el término —¡que nos ayude Freud!—.

Reconozco que el término, en su significado, es ambiguo y resbaloso. Con razón cayó Marcos Witt (“cualquiera resbala y cae”). Dijo que no era ecuménico (lo fue por una noche), que eso lo ofendía, pero al mismo tiempo expresó que quería ser respetuoso, dialogante y comprensivo. Es decir, quiere ser ecuménico (desconozco con qué profundidad y por cuántas noches), pero sin que lo llamen ecuménico. ¡He ahí el embrollo!. Y yo, para mis adentro, pienso: me quedo con quienes de corazón quieran ser abiertos, generosos, se atrevan a dialogar y se arriesguen a trabajar juntos, aunque se ofendan cuando los llamen ecuménicos. Digo que prefiero a estos sobre algunos que por años han pedido que los llamemos ecuménicos (y hasta se ofenden cuando se les llama evangélicos), pero que en la vida diaria han dado muestras de estrechez y de falta de diálogo; los que en la práctica han hecho del ecumenismo una muralla de puerta cerrada con territorios propios para sus luchas de poder.

“Cuídese, Harold”, me decía un obispo en Aparecida, Brasil. “Entre nosotros hay muchos que se llaman ecuménicos, pero no lo son”. “Ya lo se, Monseñor”, le respondí, “es igual entre los nuestros”.

De los que se llaman ecuménicos sin serlo, ¡Líbranos, Señor! que de los que quieren serlo, aunque no les guste que les digan lo son, me libro yo. Líbrame, Señor, de los significados insignificantes. Ayúdame a trabajar con todos por los insignificantes del mundo. Amén.

Harold